Los efluvios del Día del Ajo Asado de Arnedo se llevaron la máquina de tabaco del Boulevard.
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Realmente es difícil de explicar. Era pasada media tarde y quizá la hora ayude algo a dar sentido a la desaparición que podría ocupar 3 episodios completos de "cuarto milenio".
La jornada del Día del Ajo Asado de Arnedo había tenido lugar con la ciudad repleta de gente, saludos, encuentros y reencuentros, bares abiertos y la hostelería gozando. Los ajos y los huevos se repartieron según el guion de la Asociación del Casco Antiguo, y los bares iban agotando existencias, físicas y líquidas.
El calor apretaba al sol aunque el fresco sorprendía a la sombra, y los cuerpos necesitaban compensar todo ese mareo de temperatura, pero ahí estaban los bares, los bajos, los hoteles, los merenderos , y hasta la discoteca. ¡¡ Qué coordinación !!. Se iba consiguiendo el objetivo y la sonrisa se convertía en perpetua con el paso del tiempo.
El protagonista de esta pequeña historia se iba deslizando desde Hotel Victoria hacia Puerta Munillo. Quizá, dejándose caer. A media tarde. Luz había. Girando sobre su eje con los saludas de veleta, hubo un momento que llegó a su destino y allí se depositó.
La música sonaba grandiosa y el bullicio seguía incansable en el reducto de la esquina. Era el Boulevard. En un momento dado, un "explota explota" de Rafaela Carrá y una ráfaga de luz cegadora confluyeron en el tiempo. Frecuencia de onda que encajó y ahí pudo obrarse el milagro.
El baile era la misión vital y obsesiva de nuestro protagonista, pero su cuerpo pidió clemencia en forma de paréntesis y se dirigió hacia la máquina de tabaco. Su movimiento mecánico, tantas veces ejecutado; caía en fracaso y monedas con dedos no encontraban la rejilla de entrada.
Algo había pasado. Todo se convirtió en confusión y visión nublada. A esas horas, la intención y el deseo iban en una dirección y la música jugueteaba con el ambiente.
Fueron muchos intentos repetidos una y otra vez. Hubo corro y la gente animaba cuando fue consciente de la maniobra. No se sabía muy bien a qué, pero la gente animaba ese sutil, melodioso e insinuante movimiento de arriba a abajo que se producía, simbiosis entre mano y tintineantes monedas. La gente seguía animando abrazada en un acto de hermandad casi sectaria.
La barra dejó de servir y los clientes giraron. El tiempo se detuvo para Johny. Como dos pistoleros en el mejor de los western, mano a mano; sujeto tambaleante pero decidido, y máquina.
La lucha era infernal y las lágrimas brotaban de emoción entre quienes apoyaban al hombre frente al ingenio mecánico. Fueron minutos eternos y el combate extremo. Uno quería tabaco y la otra se resistía en su vaporosidad. La evidencia se impuso y los efluvios del Día del Ajo Asado tomaron parte activa. No se podía seguir así. Todo amenazaba con enquistarse y traspasar los límites de la sexta dimensión. Hicieron bien los efluvios y en un milisegundo del metaverso, se encargaron de hacer desaparecer aquella máquina de tabaco. El sujeto, nuestro sujeto había ganado y siguió tintineando sus dedos y sus monedas hasta la mañana siguiente. Todo había servido. Fue el destino. Aquella noche no exhaló.
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